Show notes
Los vecinos de la Ciudad de México se escondían en sus casas con el toque de queda, avisado por las campanas de la primera Catedral a media noche, sin embargo, despertaban espantados al oír en la calle, tristes y prolongados gemidos, lanzados por una mujer, quien sin duda tenía una pena. Las primeras noches, las personas se resignaban a santiguarse por el temor que les causaban aquellos lúgubres gemidos, que según ellos, pertenecían a un alma maldita, el alma de La Llorona.